domingo, 27 de marzo de 2011

No confío en el comandante.



No confío en Ollanta Humala. No confío en su vocación por la violencia -aunque ponga cara de carnerito-, no confío en su pacto con Chávez -aunque se vista de ejecutivo inglés-, ni confío en su hambre de poder -lleva años viviendo sólo para este momento.


Tal vez hubiera sido más fácil oír a mi romántico corazón zurdo y buscar el extremo opuesto: PPK, el que tranza con las mineras, el tío Sam que alguna vez me dijo -fuera de cámaras- que él sólo come cuy cuando lo prepara su arriero. Su arriero. ¿Cuánta gente tiene arriero en el Perú? En fin, nada de eso me asusta tanto como haber visto al comandante lanzar a su horda de "simpatizantes" contra una colega mía de La Ventana Indiscreta. Alexa Vélez, valiente videorreportera, estaba subida en el estrado de prensa haciendo su trabajo durante uno de sus mítines cuando el comandante, micrófono en mano, la señaló diciendo que ahí estaba el programa que lo fastidiaba. No sería nada si no fuera porque poco antes sus seguidores le cayeron a pedradas a una unidad móvil de Frecuencia Latina, canal que propalaba el mismo programa. Y tampoco sería nada si no supiéramos todos los que trabajábamos en ese canal que pasar junto a los "nacionalistas" significaba gritos, insultos y escupitajos.

Recuerdo cuando la Asociación de Radio y Televisión del Perú protestó frente a la Embajada de Venezuela por el cierre de RCTV, importante canal venezolano, debido a su línea editorial opositora al régimen de Chávez. Los "nacionalistas" de don Ollanta aparecieron enardecidos al otro lado de la calle. La policía tuvo que cerrar el acceso para evitar una gresca segura, pero aún así, cuando crucé para retirarme en prudente silencio, un grupo me rodeó, gritó, escupió y gracias a la intervención de la policía no alcanzó a golpearme.



Tampoco me causaría recelo el señor comandante si no hubiera tenido que seguirlo en un viaje proselitista a la ciudad de Tacna. El candidato enmudecía cada vez que yo le hacía una pregunta y en un momento le hizo una seña a uno de sus hombres de seguridad para que evitara que me le acerque. Su matón me lanzó un codazo en la sien que hasta ahora recuerdo y cuando empecé a quejarme el comandante me regaló una risita de medio lado.


Incluso intentaría creerle si no hubiera hablado en persona con uno de los testigos del caso Madre Mía que sobrevivió a la detención en el cuartel que Ollanta Humala comandaba. Un hombre al que torturaron, al que intentaron matar y cuya hermana y cuñado desaparecieron para siempre en la margen del río Huallaga. Ese testigo fue neutralizado y el comandante librado de todo señalamiento.




Por todas estas razones yo, como ciudadana, no confío en el comandante que crece en las encuestas. No me creo su pose de beato que reza el rosario ni me como el cuento del terno para sacudirse el color rojo Chávez que lucía antes en su camiseta. No creo en su peculiar respeto por la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión, ni creo en su espíritu de servicio luego de saber que su esposa cobraba miles de dólares en una planilla chavista por no hacer nada. No creo ni en sus críticas, luego de que el "nacionalista" le regalara a la señora Nadine lujosos relojes mientras despotricaba contra la burguesía peruana.

Francamente, yo al señor Humala no le creo nada, que el lobo no se vuelve oveja ni el golpista se hace demócrata por obra y gracia de una elección.


* Imágenes tomadas del portal LaMula.